Llevo más de 12 meses soñando con irme a vivir a otro país. Sola. A un lugar lejos. Para dar un clavado profundo hacia adentro. Y sentirme conectada conmigo. Y de todos. Y de tanto.
Cada vez lo siento más cerca. Tan cerca que me compré otra maleta porque en una no me va a caber toda mi emoción. Ni mi colección de calcetas de colores. Ni mis rompecabezas jajaja.
Todavía no sé a dónde me voy a ir. Desde que lo manifesté por primera vez, solté el ‘cómo’ y el ‘cuando.’ Pensé que iba a ser este año. Y no se dio. Quisiera que sea el próximo año. Pero puede ser que no se dé. Puede que sí.
En busca de inspiración, decidí empezar a ver la película Eat, Pray, Love hace un mes. Y digo ‘empezar’ porque la traté de ver cuatro veces durante el mes pero, o se me venía una idea a la mente y quería ponerla en papel—dejando la película en pausa, o me quedaba dormida—como cosa rara.
Este sábado, el día antes de dar mi primer Taller de Manifestación y Expansión: Co-Creando Tu Futuro, decidí terminarla. Algo adentro de mi me decía que parara de preparar la presentación para el taller y terminara la película. Decidí escuchar esa voz.
Niagara Falls. Así se veían mis cachetes al final de la película. Wow. Llevaba meses de no llorar así. De hecho fue un sábado de junio la última vez que mi tristeza se comunicó a través de lágrimas estando abrazada de mi mejor amiga—la misma amiga de la que hablé en mi último post de Instagram. Pero esta vez mis lágrimas no eran la voz del dolor. Sino la de plenitud.
Este sábado, mientras lloraba, me recordé de la primera vez cuando vi Eat, Pray, Love. Estaba en mi sexto día de intercambio. El 10 de enero del 2020 para ser exacta. Me encontraba en el pináculo de mi obsesión de controlar lo que comía. Perdida en el mar. Lejos de mi verdad. Pero ese día, entre el sonido de las olas, la historia de Elizabeth Gilbert, y las hojas en blanco que empecé a llenar de tinta, sentí un chispazo de luz.
Estaba viendo la película mientras caminaba en la banda y ahí mismo me lancé el llanto del siglo. Al bajarme de la caminadora, recibí un correo de mi hermana donde me mando una frase de esta misma película. Nunca habíamos visto esta película juntas. Ni con mi familia. Ni la habíamos mencionado en ninguna conversación. Y mi hermana me manda un correo con una frase de esta película en el segundo que vi mi celular después de llorar cataratas viendo el final. Wow. Sincronicidad.
Este sábado, volví a sentir ese chispazo dentro de mi. El chispazo me conectó con mi versión de el 10 de enero del 2020—que apenas empezaba el camino incómodo, profundo, e increíble de la sanación. En mi mente corrieron miles de recuerdos que ocurrieron desde ese día de enero hasta hoy. Recuerdos increíbles como recibir a mi perrito Cosmo. Y recuerdos tristes tales como despedirme de las amigas que se volvieron hermanas en el intercambio para volar a casa directo a cuarentena. Siento que viví 22 vidas en este tiempo. Pero no. Fueron 22 meses. Exactos. Si, hoy es el 10 de noviembre del 2021. Wow. Sincronicidad.
Y fue ahí, donde me di cuenta que yo no voy a empezar un camino parecido al de Elizabeth Gilbert al mudarme a este lugar nuevo. Yo ya lo viví.
Yo ya comí. Recé. Y amé durante estos meses. Ya estuve en Italia. India. Y Bali.
Y regresé a mi verdad.
Italia: Placer.
Después de un semestre de no subir las cortinas de mi apartamento, embarqué en una aventura que me abrió las ventanas del placer: mi intercambio. Sentí placer cuando dormí encima de una torre de fluffy pancakes, nadé en un plato de sopa ramen, y bailé al ritmo del tecno con nigiris. Un nigiri por minuto. Sentí placer al comerme la vista de Ha Long Bay, saborear la magia del pueblo de Hanoi, y bañarme en una cultura tan diferente, y a la vez parecida, a la mía. Sentí placer en esos amaneceres coloridos frente al mar. Sin señal. Sin pendientes. Ni aquí. Ni allá. Solo siendo.
En la película, Elizabeth aprende la frase italiana dolce far niente. Que significa la dulzura de no hacer nada. Ahí. Mientras el sol se despertaba y empezaba a brillar sentí la dulzura de no hacer nada—y todo a la vez. Dolce far niente.
India: Devoción.
Después de experimentar la arquitectura elegante y la brisa pacífica de Italia, me confronté con el ruido, la multitud, y la inmensidad de India, la pandemia.
Al llegar a casa, me declaraba oficialmente “sanada.” La abundancia de tiempo de la cuarentena fue una cachetada—un balde de agua fría—despertándome a ver una dura verdad: mis heridas no se habían curado, solo anestesiado.
Devota. Me volví devota a mi camino de autosanación. Experimenté la cruda incomodidad que viene con la quietud. Tal como Elizabeth lo hacía meditando en el ashram. En el silencio, aprendí que yo era la única responsable de mi vida, mis sentimientos, mis heridas, y mis sueños.
En el ashram, Elizabeth conoce a Richard, que se convirtió en su amigo y su guía espiritual. Me siento tan agradecida de haber tenido múltiples Richards que me alumbraron y guiaron mi camino.
Cuando me despedí del 2020, ilusamente pensé que ya era hora de ir a Bali. Pero no. El Universo atrasó mi vuelo. Dándome otra pausa, el accidente.
El accidente se sintió como cuarentena. Solo que esta vez, no solo estaba atrapada a las paredes de mi casa, sino al perímetro de mi cama. Irónicamente, mientras más sanaba físicamente, más me enfrentaba con mis heridas emocionales.
Devota. Este verano volví a prometerme ser leal a mi camino de autosanación. Cerré las cortinas de mi apto, de Instagram, de las fiestas, de las opiniones. Pero esta vez no lo hice con el fin de hundirme en mi tristeza, si no atravesarla—once and for all.
Un día, entre el polvo de la India, empecé a ver sus colores vibrantes. En las flores. En los vestidos de seda. En los elefantes. Fui hacia adentro y escuché: “Es hora de ir a Bali.” Claro como el agua.
Bali: Gozo mundial y trascendencia Universal
El 16 de agosto del 2021 despegó mi vuelo hacia la aventura de publicarme en redes: Bali. Despegó mi vuelo hacia el viaje de compartir mi historia en forma de palabras. Palabras llenas de chispazos.
A través de esta electricidad virtual, he podido conectar con corazones nuevos que jamás hubiera ‘conocido'. También me ha dado la oportunidad de volverme a presentar con las personas que ya quiero y valoro.
Gozo mundial. Eso sentí cuando vi todos los países representados en la audiencia del taller. República Dominicana. Colombia. Panamá. México. Venezuela. Wow. Que gozada.
No he interactuado con mucha gente físicamente durante estas últimas semanas, pero me siento más conectada al mundo que nunca. Y es porque estoy más conectada a mi que nunca.
Trascendencia universal. Imposible no mencionarla. Este último mes, he sentido al Universo hablar a través de mí. Escribir a través de mí. Bailar a través de mí.
Estoy co-creando mi futuro. Co-escribiendo mi vida en las estrellas.
Al final de la película, Elizabeth cuenta cómo otra palabra que aprendió en Italia fue tutti—que significa ‘todos.’ Termina mi escena favorita diciendo esta frase: “A veces en el camino a ayudarte a ti mismx, paras ayudando a tutti.”
Gracias a tutti. Gracias por estar aquí.
Chispazo.
—cristinona☆
Si estás leyendo esto y quieres formar parte del Taller de Manifestación y Expansión: Co-Creando Tu Futuro de Enero, estás en el lugar correcto. En una de estas cartas voy a sacar el link para que seas de lxs primerxs en reservar tu cupo. Será un honor tenerte. Stay tuned!
gracias por leerme. en estas páginas digitales comparto mis pensamientos. mi arte. y mi proceso interno en lo que trazo mi camino holístico hacia la sanación.
me encantaría que lo caminaramos juntxs.
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